La conciliación implica educar y cuidar a los hijos, no que prolonguen su jornada escolar - El 40% de los niños viven estresados por exceso de horario - Nace el 'padre de hijo horizontal': el que sólo le ve dormido.
Las palabras, como cualquier cosa, pueden desgastarse del uso y perder parte de su significado. "Conciliar, sin más, no significa nada. ¿Qué queremos conciliar? ¿Con una familia tradicional en la que la mujer, aunque trabaje, se haga cargo de las obligaciones familiares? Hay muchos tipos de conciliación", asegura la investigadora de la Universidad Carlos III Constanza Tobío. Y no todas son iguales, ni tienen los mismos efectos para los padres y sus hijos, encontrando unas y otras en el camino efectos no deseados.
Medidas como la extensión de las guarderías públicas (el PSOE ha prometido 300.000 y el PP ha subido la apuesta a 400.000), las actividades extraescolares, el aumento del horario de apertura de los colegios, también durante las vacaciones (que las asociaciones de padres de alumnos piden que se generalicen), pueden acabar afectando negativamente a los niños, que pasan desde muy pequeños muchas horas fuera de casa soportando unas jornadas tan cargadas o incluso más que las de sus padres. La Sociedad Española de Psiquiatría estima que alrededor del 40% de los niños están estresados, entre otras causas, por su acelerado ritmo de vida. Mientras algunos expertos, como Irene Balaguer de la asociación de maestros Rosa Sensat, creen que hace falta cuidar mucho más la calidad de esas actividades, otros creen que hay que reservar más espacio para los niños: "Las medidas de conciliación son buenas si sirven para pasar más tiempo con los hijos; si no, no hacemos nada", asegura Jesús García Pérez, pediatra y presidente de la Federación de Asociaciones para la Prevención del Maltrato Infantil.
Pero centrarse en otras políticas, como el fomento de la reducción de jornada, los permisos parentales retribuidos o dar dinero a las familias, tienen en la práctica efectos perversos, ya que acaban significando que son las mujeres las que reducen su jornada o dejan el trabajo durante diversos periodos, con el coste en la carrera profesional que eso conlleva, asegura Tobío citando, por ejemplo, el caso de Alemania. Allí, "la mayoría de mujeres se quedan en casa durante el primer año del bebé y luego se reincorporan en empleos de media jornada", dice un estudio de la Comisión Europea publicado en 2006. En España, una de cada cinco directivas de empresas renuncia a su baja por maternidad por temor a las consecuencias laborales, según una encuesta del Instituto de Estudios Superiores de la Empresa (IESE).
Un trabajo que la profesora Tobío hizo junto a Juan Antonio Fernández Cordón en 2006 con la Fundación Alternativas dividía en tres los modelos de políticas de conciliación. El nórdico, basado en la combinación de servicios y permisos, trata de implicar a los varones con permisos específicos para ellos. El modelo centroeuropeo está basado en permisos parentales y dinero a las familias y sus consecuencias en la práctica, como hemos visto, son que las mujeres se siguen encargando de los hijos. Y el modelo francés, que mezcla servicios, permisos y dinero está resultando en que las mujeres con menor cualificación "son las que abandonan el mercado de trabajo mientras los hijos son pequeños", dice el informe.
En cuanto a España, el estudio concluía que las políticas de conciliación "no sólo son escasas, sino ineficaces y confusas", y apostaba por un modelo, sobre todo, de servicios, aunque apoyado en permisos y dinero. Dos años y algunos cambios después, España ofrece a los padres un poquito de todo: servicios como las guarderías, bajas, medias jornadas, o subvenciones, como los famosos 2.500 euros por bebé. Pero menos que muchos europeos.
Por ejemplo, las plazas públicas de guardería hasta tres años llegan en España (a la espera de que se cumplan las optimistas promesas electorales) al 17% de los niños, muy lejos de la Bélgica Flamenca (81%), Dinamarca (56%) o Francia (43%). Más cerca de los países europeos están los permisos. El PSOE, que ya amplió el de paternidad a 15 días en este mandato, ha prometido extenderlo a un mes en el próximo; y el de maternidad, aumentarlo de 16 a 18 semanas para el segundo hijo y a 20, para el tercero. El PP también ha propuesto un mes de baja de paternidad, que se podría disfrutar durante los tres primeros años del niño, y 18 meses para todas las madres. Durante ese tiempo, se cobra el 100% del sueldo.
Lo que no está remunerado en absoluto es la excedencia que los padres pueden coger hasta que el niño cumpla tres años. En Francia, a partir del segundo hijo se cobran 485 euros al mes, y en Dinamarca, donde la excedencia puede durar algo más de cinco años, se cobra el 90% del sueldo durante dos años y medio. En cuanto a la reducción de la jornada laboral, el PSOE ha prometido que los padres podrán optar a ella hasta que sus hijos cumplan 12 años (ahora el límite es ocho), como ya ocurre en Portugal. El PP, por su parte, ha prometido rebajas fiscales a las empresas que fomenten medidas de conciliación.
En más de 1,8 millones de hogares españoles, cerca del 11% del total, viven niños menores de 10 años mientras sus padres trabajan, incluidas las familias monoparentales, según datos del Instituto Nacional de Estadística. Los momentos más difíciles son hasta que el niño cumple tres años, cuando se pone malo o por las diferencias del horario escolar y la jornada laboral. Y al final, aunque es cierto que muchas veces lo hacen condicionados por las políticas (o por su ausencia), o los modelos y tradiciones sociales, cada familia busca, acomoda como puede y elige su propia conciliación (que se lo pregunten a las abuelas). Veamos dos ejemplos, uno en España y otro en Francia.
Caroline David, parisiense de 36 años, tiene tres hijos: Víctor (7 años), Clara (6) y Martin (1). Cuando tuvieron los dos primeros, fue ella la que tomó una reducción de jornada (al 80%), pero con el tercero, ha sido su marido, Fabrice (37 años), el que la ha tomado porque el sueldo de ella es mayor. El dinero también fue la razón principal para fuera Cristina de la Paz (35 años), y no su marido, Daniel Moreno (33), la que tomase la jornada reducida. Trabaja en Madrid y tiene dos hijos, Adrián (5 años) y de Mireya (1). Los hijos de Caroline y Fabrice tuvieron una plaza en una guardería pública municipal de París, como mucho, cuando éstos tenían seis meses de edad. Cristina consiguió plaza en una guardería pública del pueblo madrileño donde vivía antes, Ajalvir, para su primer hijo, pero no para la segunda. Tampoco la consiguió en San Sebastián de los Reyes, donde trabaja.
Los dos hijos mayores de Caroline van a la escuela primaria, y el pequeño, a la escuela infantil, ambas públicas. Ella es la que se encarga por las mañanas de dejarles en clase a las 8.20, antes de entrar a trabajar, entre las 9,00 y las 9.30, en su puesto en el Sindicato Nacional de Viviendas (que gestiona las casas de protección oficial). Sale entre las 18.00 y las 19.00 y a veces tiene que viajar. Cristina deja a sus hijos en una guardería y colegio privados a las 8.50 y entra a trabajar a las 9.45 en la sede de una multinacional de hipermercados. Sale a las 15.15, come en casa de su madre, que vive cerca de su trabajo, y recoge a los niños alrededor de las 17.00. Aunque las clases han acabado a las 16.30, el colegio da un tiempo de cortesía, tanto antes como después de clase.
De vuelta en París, es el marido de Caroline, Fabrice, que empezó su jornada a las 8.30, quien recoge a los niños a eso de las 18.30. Las clases son también hasta las 16.30, pero después la escuela ofrece un servicio de guardería que, como la de los bebés, se paga en función de la renta. Él, trabajador de Air France, gracias a la reducción de jornada y otras medidas como minimizar el tiempo de la comida, también tiene libres los miércoles (en Francia, los niños no tienen clase ese día). Caroline David explica que el hecho de que su marido haya cogido ahora la reducción de jornada es también para poder pasar más tiempo con los chavales.
A las dos familias les llegan "más o menos" los días libres para apañarse cuando los niños se ponen malos. Caroline echa mano de su madre cuando la enfermedad se prolonga o para hacer algún viaje, y Cristina de sus cuñadas algunos días de fiesta o de vacaciones. Mientras que en verano Caroline pide también ayuda a su madre, Cristina, desde los tres años, apunta a su hijo mayor a campamentos de un mes.
Aún no le ha apuntado a actividades extraescolares, pero lo hará el año que viene, como el 94% de los niños de primaria, según el Instituto de Evaluación Educativa. Cerca de dos tercios están apuntados a más de una, normalmente, deportivas, de informática o inglés. Los niños "están bastante estresados", su tiempo libre "está muy escolarizado, a veces condicionado por las necesidades laborales de los padres y ha perdido su función de tiempo de descanso", asegura Aquilina Fueyo, decana de la Facultad de Ciencias de la Educación de la Universidad de Oviedo. "Son actividades bastante poco lúdicas, pero para los padres son lugares seguros donde dejar a sus hijos", añade.
Para Irene Balaguer, presidenta de la Asociación de Maestros Rosa Sensat, "si los niños, por necesidades de conciliación, van a pasar mucho tiempo fuera de casa, hay que garantizar que esas horas tienen todas las garantías que merecen". Si fuera así, "las familias podrían estar tranquilas". Pero no lo es. Ni los comedores escolares tienen la calidad adecuada, asegura, ni la ampliación de horarios cuenta con "profesionales bien pagados" ni con "un planteamiento sobre qué hacer con esas horas". Balaguer asegura que es necesario recuperar espacios lúdicos, pero, en cualquier caso, insiste en que "estar en casa tampoco garantiza nada".
Si a finales de los noventa se empezó a hablar de los niños de la llave (van al colegio con la llave colgada al cuello como un collar para volver a casa antes que sus padres y pasan horas solos hasta que llegan), el pediatra Jesús García, habla ahora de los padres de hijos horizontales. Con un buen poder adquisitivo para contratar a un cuidador, salen de casa antes de que se despierten sus hijos y vuelven cuando ya están otra vez en la cama. Habla también de la necesidad, no sólo de pasar tiempo con los niños, sino de la calidad del tiempo, de la necesidad de comunicarse.
Pero el deseo de luchar contra jornadas laborales cada vez más extensas para tener tiempo personal sobrepasa a las familias con hijos; el resto de los trabajadores también quieren robarle tiempo a las interminables jornadas laborales para pasar tiempo con la pareja o con los amigos o hacer lo que a uno le dé la gana. Eso es lo que buscará principalmente en su futuro trabajo, además de un sueldo más o menos digno, el 70% de los universitarios españoles, según una encuesta de la consultora sueca Universum Communications. "Eso no es un problema de conciliación, sino de vida", asegura la investigadora Constanza Tobío. "El problema es que tenemos jornadas laborales de 8, 9 o 10 horas", añade.
Los españoles trabajan unas 200 horas más al año que franceses, daneses o alemanes y, según el informe Empleo en Europa 2007 de Eurostat. Sin embargo, la productividad crece la mitad que en el resto del continente. Ya no se trata sólo de las necesidades de los trabajadores, sino de "los costes que la no conciliación le causa a la empresa", explica la profesora del IESE Nuria Chinchilla. "La conciliación reduce el absentismo un 30%, las bajas por estrés, la fuga de talentos, aumenta la motivación...". Asegura que sólo el 7% de las empresas españolas son familiarmente responsables, es decir, ofrecen horarios flexibles y por objetivos. "Tiene que haber un cambio de mentalidad en los empresarios", añade. Chinchilla está de acuerdo en que la conciliación es necesaria para todos, pero cree que hay que empezar por las personas que tienen niños o dependientes a su cargo.
Pero es que además, el español no gestiona bien el tiempo, asegura el presidente de la Comisión Nacional para la Racionalización de los Horarios Españoles, Ignacio Buqueras. Explica que sus horarios, tan diferentes a los europeos -"Trabajamos más horas, dormimos 40 minutos menos, empezamos la jornada casi a la vez, pero, con pausas muy largas para comer, acabamos dos o tres horas más tarde"-, nacieron en la primera mitad del siglo pasado, a imagen y semejanza de una sociedad muy desigual, en la que el hombre trabajaba y la mujer se ocupaba de la casa. "Ahora son los dos los que llegan tarde a casa. Y claro que afecta a la productividad y a los hijos. La conciliación y la igualdad son pura demagogia, si no introducimos usos más racionales del tiempo", concluye.
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