viernes, 31 de octubre de 2008

Parto: nadie debe decidir por tí

Algunas cosas están empezando a cambiar, afortunadamente. La imagen de una mujer pariendo acostada, rodeada de desconocidos que le dicen como empujar mientras el padre aguarda fuera lleva camino de pasar a la historia. Cada vez son más los estudios que demuestran que pedir que la mujer sea protagonista de su parto no es ningun capricho, sino la manera más segura de dar a luz. Estar rodeada de cariño y de profesionales que respetan los tiempos de cada mujer probablemente sea el pasaporte para lograr un nacimiento respetado y un bebé y una madre sanos.

El parto es un proceso delicado, pero también un acto íntimo y una expresión de amor. Si bien a lo largo del siglo XX los avances de la Obstetricia consiguieron reducir hasta niveles mínimos la mortalidad materna e infantil en el período perinatal, desde los años ochenta la Organización Mundial de la Salud ha manifestado su preocupación por la excesiva medicalización del parto que motiva una aumento de los partos instrumentales o cesáreas de manera innecesaria.

¿Cómo conseguir beneficiarse de los avances de la ciencia sin caer en esa peligrosa medicalización del parto?¿Cómo lograr que sea una experiencia íntima sin prescindir de la tecnología? Probablemente la clave resida en la relación que se establece entra la mujer embarazada y los profesionales que le atienden.

EL DERECHO A LA INFORMACION

Es importante que la relación con los profesionales que atienden a la mujer sea de mutua confianza. La mujer necesita sentirse libre de preguntar cuantas dudas y preocupaciones se le ocurran. Saberse escuchada permite afrontar el parto con tranquilidad y confianza. Para los profesionales saber lo que preocupa a la mujer y conocer su estado anímico facilita que el trato sea individualizado y óptimo.

El embarazo y el nacimiento no son una enfermedad. Es importante elegir bien a los profesionales que lo atenderán preguntándoles cual es su visión del parto, en que situaciones utilizan técnicas intervencionistas, que porcentaje de cesáreas y de episiotomías tienen...Si se opta por un centro público se puede solicitar información al Servicio de Atención al Paciente, preguntando por los protocolos y estadísticas del centro, y facilitándoles un "plan de parto" con los deseos de la mujer. Por ejemplo, se puede escribir pidiendo que permitan la compañía de una acompañante del parto (o "doula") además del padre, que respeten las recomendaciones de la OMS para el parto normal y que faciliten los métodos no farmacológicos para el alivio del dolor como por la ducha o la bañera. Si el centro responde que no puede garantizar alguna de estas medidas se puede redactar otra carta solicitándolo, cuantas más mujeres den estos pasos mayor protagonismo tendrán en sus partos.

Si las respuestas no coinciden con lo que se busca se puede cambiar de profesional, algunas mujeres lo han hecho incluso al final del embarazo. El parto es más fácil eligiendo profesionales que confien en la capacidad innata de las mujeres para dar a luz, que no sean amigos de las intervenciones innecesarias, que no tendrán prisa por acabar el parto para poder marchar a su casa. Deben estar al servicio de la mujer y del bebé: no tiene sentido que la mujer esté pendiente de agradarles o de no molestar. Definitivamente la embarazada es una mujer adulta y merece parir como ella quiera.

Más importante aún que la confianza en los profesionales es confiar en el propio cuerpo. Todas las mujeres somos el resultado de miles de años de perfeccionamiento natural, nuestros cuerpos son el último producto de la naturaleza para lograr la supervivencia de nuestra especie, en resumidas cuentas: estamos hechas para parir.

EL PARTO REQUIERE INTIMIDAD Y CARIÑO

En el parto se necesita intimidad, respeto, cariño. Por eso es bueno estar acompañada de un ser querido. Dar a luz requiere abandonarse y dejarse llevar por las sensaciones más primitivas. Es preciso que se minimicen las interrupciones, ¡pensar puede detener el parto!. De hecho esto sucede a menudo al llegar al hospital: después de haber tenido contracciones fuertes y seguidas en casa, todo se detiene al entrar en el hospital. El cuerpo necesita un tiempo para volver a recuperar la intimidad y familiarizarse con el nuevo entorno. El reloj tampoco sirve de mucho en el parto. Algunos partos son tan rápidos como un suspiro, otros se prolongan durante un par de días...Casi siempre es un trabajo largo, que requiere mucha energía y sobre todo paciencia. La matrona debe saber esperar, observar a la mujer sin molestarla apenas, y permitir que todo siga su ritmo mientras el bebé esté perfecto.

Acelerar un parto rompiendo la bolsa o mediante la oxitocina requiere que haya un verdadero motivo médico. Si no, se puede producir el efecto contrario: el bebé no desciende al no haber tenido tiempo de colocarse bien, y el parto termina en cesárea. Conviene estar informados de antemano de los beneficios de cada intervención así como de los riesgos y valorar todas las alternativas. En esos momentos se puede pedir unos minutos a solas con la pareja para hablar tranquilamente antes de tomar una decisión.

EL DOLOR COMO GUIA

El dolor obliga a conectarse con el cuerpo y a no pensar en nada más. Desde luego que la vivencia es subjetiva y muy variable, pero lo cierto es que el dolor puede ser la guía. Escuchándolo se puede encontrar la postura que facilite el nacimiento. No hay posturas buenas ni malas para parir, lo importante es que cada mujer encuentre las suyas. A veces caminar o bailar durante la dilatación es de gran ayuda, otras permanecer en la bañera mitiga las sensaciones dolorosas.
Conocer lo que sucede en el parto ayuda a afrontar el dolor. Las primeras contracciones suelen ser vividas con euforia y con la duda de si se está definitivamente de parto. Es mejor afrontarlas de una en una, pensando que con cada contracción falta menos y que todas cumplen su papel. Conforme avanza el parto se hacen más seguidas e intensas, pero hay mujeres que pueden estar hablando o incluso dormitando entre contracciones. Cuando se alcanza la fase de transición algunas mujeres sienten que "se van de este mundo". Pueden gritar, llorar, gemir o incluso insultar al padre de la criatura, ¡es normal!. Decir "ya no puedo más" suele ser buena señal: probablemente la dilatación ya sea completa y pronto sentirá las ganas de empujar para que salga el bebé. Entonces suele comenzar la euforia, algunas mujeres no se pueden creer que el final ya esté cerca, y empiezan a mostrarse impacientes por abrazar al bebé.

La anestesia epidural puede ser una ayuda muy eficaz en algunos partos, pero si se utiliza demasiado pronto conlleva un mayor riesgo de que se utilice oxitocina y de que sean precisas otras intervenciones. Por el contrario los métodos no farmacológicos de alivio del dolor, como los masajes, el agua o el apoyo psicológico no tienen ningún efecto secundario.

¿Y SI ALGO VA MAL?

Es cierto que parir es algo natural y que lo normal es que todo vaya rodado. No obstante hay un pequeño porcentaje de casos en que algo se complica y es precisa la intervención médica. Si los profesionales informan a la mujer de lo que acontece explicando detenidamente las opciones y además de ofrecen su consuelo en un momento tan difícil la mujer confiará plenamente en ellos. Así podrá vivir un nacimiento respetado y digno.

Autora: Ibone Olza.Doctora en Medicina

martes, 28 de octubre de 2008

El vínculo paternal

Llora el niño. Y en vez de guiarnos por nuestro instinto de padre o madre, nos fiamos a ciencia ciega de lo que dice el “experto”... Si lo cogemos una y otra vez, le estamos malcriando. Si intentamos reconfortarle, nos estamos dejando manipular. Lo mejor es dejarle llorar y llorar. Que aprenda y se calle.

Se despierta el niño. Se resiste a dormir en su oscura y solitaria habitación y busca el calor y la protección de la cama de sus padres... No hay que ceder, insiste el “experto”. Dormir con los padres tiene grandes riesgos. Sí, ya sabemos que se ha hecho durante siglos. Pero no es apropiado, está mal visto, no es sano.

No quiere ir a la guardería el niño. Se pasa todo el rato llorando la ausencia de mamá. No juega, no canta, no ríe... Nada que no se cure con el tiempo (de nuevo el “experto”). La “ansiedad de la separación” remite al cabo de uno o dos meses, señora. Los niños son felices en la guardería, descuide. Aprenden mucho. Socializan.

Están confabulados los “expertos”, eso parece. La consigna de la pediatría oficial ha sido alentar la separación de madres de hijos, y no vamos a recordar ahora cómo hace treinta años nos vendían la incuestionable superioridad de la leche de bote frente a la teta materna.

“Somos los únicos mamíferos que les damos una patada a nuestros hijos para mandarles a otra habitación, que les damos una chupete para que se callen y que nos buscamos cuanto antes un trabajo o una ocupación para no sentirnos frustrados o frustradas”.

Le tomamos la palabra a Mar Palmer, 32 años, madre de dos y un tercero en camino, allá en Mallorca. “A la mayor, Mariona, la metimos mucha caña y aún está pagando todos los errores que cometimos fiándonos de los “expertos””, recuerda. “Con el tiempo nos dimos cuenta de cómo todos esos consejos te impiden escuchar tus instintos maternales, te generan agresividad y acaban haciendo mucho daño a los niños”.

Mar acabó dejando su trabajo en el ayuntamiento y volcándose con sus hijos: “Lo primero son ahora ellos, eso lo tengo claro. Tienes que pagar un precio, pero lo ganas por otro lado. Con Nil, el segundo, todo ha sido muchísimo más fácil. Le di de mamar hasta los tres años, durmió con nosotros, descubrí lo importante que es llevarlo en brazos... El niño confía en sus padres, y ahora es él el que se va despegando, y todo de una manera muy natural”.

Sin premeditación, aunque con nocturnidad, Mar se fue abonando a eso que los americanos llaman “attachment parenting” y que no es ni más ni menos que el vínculo o el apego entre padres e hijos. Por instinto, Mar acabó haciendo piña con otros padres mallorquinos en “Neixer i Creixer” (“Nacer y Crecer”), una de las asociaciones pioneras en eso que también llamamos la “crianza natural”.

“Al principio te entran dudas y tienes que hacer frente a mucha presión social, empezando por tus propios amigos”, confiesa Mar. “Pero ayuda mucho eso de estar en una red de gente que está en la misma onda que tú... Y ya somos unos cuantos”.

En Madrid, decenas de padres buscan también otra manera de crecer con sus hijos en la Escuela de Familias Al Alba. Fabiola Aguado, directora y terapeuta infantil, rompe una lanza por el “vínculo”: “No se trata de una manera utópica y romántica de ser padres, sino de una forma sensata y sensible de afrontar la paternidad. Hay que estar presentes y disponibles para atender las necesidades de los hijos”.

“Nuestra sociedad fomenta una falsa autonomía en los niños”, insiste Fabiola. “Si los padres no están, los niños van arrastrando unas carencias que se traducen más adelante en una dependencia profunda. Lo que los hijos necesitan en los primeros años es una base segura... Hay estudios que desmuestran que los niños criados con “vínculo” tienen más confianza en sí mismos y son a la larga más independientes”.

La idea del “vínculo paternal” o “attachment parenting” se remonta a los años cincuenta, con los famosos estudios del psiquiatra John Bowlby. El apego entre padres e hijos es “una necesidad biológica” y algo común en todos los primates, sostiene Bowlby. En cada fase de crecimiento, los niños (las crías) buscan la proximidad, el contacto y la protección de una persona adulta. Durante siglos, ésa ha sido la clave de la supervivencia.

Pero las sociedades modernas avanzan –es un decir- en sentido contrario. La separación traumática entre madres e hijos comienza ya en el parto hospitalario, por no hablar de la distancia con las que muchas mujeres viven sus propios embarazos, siempre a expensas de lo que certifique el “experto”.

El mundo laboral, diseñado por los hombres y para los hombres, pasa como una apisonadora sobre muchísimas mujeres que no tienen elección: familia o trabajo. Nadie parece plantearse el impacto emocional que causa a madres y niños la separación al cabo de cuatro meses, ni cómo esa ruptura forzosa afecta a la salud y a la vida emocional del pequeño, que se pasa la mayor parte del día en brazos ajenos, enganchado al falso consuelo del chupete y del biberón.

Las barreras en las familias se van haciendo cada vez más altas, y pronto vendrá la maratón de actividades extraescolares. El caso es estirar las jornadas de los niños tanto como las nuestras, cubrir lo más posible las ausencias y reducir los “lazos” entre padres e hijos a un beso de buenas noches. A veces ni eso.

La antropóloga Margaret Mead realizó hace cuatro décadas un estudio entre varias tribus del mundo y demostró que las más violentas eran las que privaban a los niños del contacto físico con los padres a edad temprana.

La doctora Marcelle Geber tuvo la osadía de comparar la “tribu” europea y sus “civilizadas” costumbres (bebés al biberón, en habitaciones separadas, empujados en carritos) con 308 niños criados a la vieja usanza en Uganda (amamantados a demanda, compartiendo cama, a lomos de sus madres). Su conclusión: los niños africanos aventajaban a los blancos en capacidad motriz y en capacidad intelectual durante el primer año.

Y así llegamos hasta el doctor William Sears, padrino del “attachment parenting”, más de una década rebelándose contra la pediatría oficial y promoviendo una relación más cercana y armoniosa entre padres e hijos. Sus consejos han servido de acicate para miles de padres de todo el mundo, reunidos en Attachment Parenting International, que cuenta ya con grupos en países europeos como Gran Bretaña, Holanda y Alemania.

Según William Sears, los cimientos del “vínculo” se crean en el alumbramiento, en ese “período sensitivo” tan común al de todos los mamíferos y tan ajeno a los asépticos protocolos hospitalarios. La lactancia, advierte, es una fuente de alimento no sólo material sino también emocional para un niño en los primeros meses de vida.

Sears aconseja cargar con todo lo posible con los niños, en brazos o colgados, pero manteniendo la proximidad física y el contacto. El pediatra del “apego” defiende a capa y espada las virtudes de la cama familiar o colecho y resume sus siete “mandamientos” en dos: cree en el llanto de tu hijo y ¡cuidado con los “expertos”!

Como respuesta a tantos y tantos libros “crueles y despiadados”, el pediatra Carlos González decidió precisamente escribir “Bésame mucho”. “Creo, sinceramente, que los padres lo harían mucho mejor si no hubieran existido todos esos manuales que incitan a desconfiar de los ñiños y a tratarles con total desprecio”.

“No quiero entrar en lo que es bueno o malo para el niño a largo plazo, si va a ser más o menos inteligente porque duerma contigo o los lleves en brazos”, afirma Carlos. “Lo que los niños necesitan, hoy y ahora, es afecto y proximidad. Y lo que han aconsejado por desgracia los “expertos” durante muchos años es justo lo contrario, hasta el punto de prohibir casi el contacto entre madres e hijos”.

El autor de “Bésame mucho” nos recuerda los experimentos con gorilas que se “olvidan” de cómo ser madres cuando las meten en la jaula. A los hombres y a las mujeres, sostiene, nos pasa algo similar: vivimos en estado de cautividad, confinados en ambientes artificiales, atrapados por normas culturales y alejados de nuestros instintos y nuestros imperativos biológicos.

Se nos ha olvidado ser padres.

González pone sobre el tapete un estudio comparativo sobre la crianza de los niños en varias culturas, publicado hace cuatro años en la revista “Pediatrics”... En 25 de 29 sociedades, los niños dormían con la madre o con los dos padres. En 30 de 30, los niños eran trasportados en brazos o a la espalda. En todas ellas se les amamantaba a demanda y la edad media del destete estaba entre los dos y los tres años.

El pediatra rompe también con el mito de que los hombres se han lavado las tradicionalmente las manos, y se remite a “La Historia Natural de la Paternidad” de Susan Allport: “El alejamiento del padre es fruto de la revolución industrial. Los padres han trabajado toda la vida en casa o han velado por la protección de sus hijos. Su papel puede cambiar, como lo está haciendo ahora, pero hay que acabar con ese mito”.

Años de experiencia como padre y de consulta como pediatra le han permitido también a Carlos González conocer muy de cerca el dilema de tantas familias de hoy en día... “Eso del tiempo de calidad es un cuento. Con los niños hay que estar, simplemente estar, y no obsesionarse con cronometrar los minutos que se pasa con ellos y aprovecharlos al máximo para hacer algo importante”.

Para María Jesús Ruiz, 40 años, lo más impagable de estos tres últimos con su hijo Víctor han sido “los largos paseos sin rumbo” en el pueblo en donde viven, Guadarrama. Y también, las siestas compartidas, o poder llevar a su hijo a la compra, a tomar el aperitivo, a un concierto entre semana y a todas esas cosas que no podría haber hecho si trabajara a tiempo completo...

“Intenté llevarle a la guardería con dos años y medio, pero lo pasaba mal y un día me dijo: “Mamá, vámonos a casa”... Para mí fue una señal. Hemos pasado mucho tiempo juntos desde entonces, y eso es impagable. Siempre ha estado muy apegado a mí, pero ahora se está uniendo más a su padre... Yo lo que quiero es que mi hijo sea feliz. Como dice su abuelo: “¡Ya tendrá tiempo de aburrirse en el colegio!”.

María Jesús ha vuelto a trabajar a horas perdidas, como profesora de español, pero no envidia en absoluto a sus amigas... “Al hijo de una de ellas le escuché decir el otro día que quiere marcharse a vivir al colegio, con cuatro años... Me pareció muy triste. Soy consciente de que estar tan cerca de tus hijos es navegar contra la corriente, pero yo estoy convencida de una cosa: cuidar de tus hijos es cuidar de la sociedad del futuro”.

LOS DIEZ IDEALES DE LA PATERNIDAD CON “VINCULO”

No hay ningún mandamiento escrito, pero sí existen maneras de fomentar el apego, el vínculo o la cercanía entre padres e hijos...
  1. Conecta física y mentalmente con tu hijo/hija durante el embarazo. Vive conscientemente la gestación. Procura que el nacimiento sea lo más “íntimo” y natural posible, y prolonga al máximo el contacto físico después del parto.
  2. Extiende la lactancia todo lo que necesite el niño/la niña y no te dejes llevar por las presiones sociales (el destete se produce entre los dos y tres años en la mayoría de las culturas tradicionales). Dale el pecho a demanda. Aprovecha esos momentos para estrechar los lazos.
  3. Responde a los llantos de tu hijo y no le dejes llorar “hasta que se calle”. Aprende a interpretar sus señales. Sé totalmente receptivo a sus demandas, especialmente durante los primeros meses.
  4. Confía en tus instintos de madre/padre. Cuestiona las opiniones de los “expertos”. En la duda, déjate guiar por el sentido común.
  5. Lleva frecuentemente a tu hijo en brazos; el contacto físico estimula el desarrollo emocional, psicomotriz e intelectual del niño/niña.
  6. Duerme con tus hijos durante los primeros meses (recuerda que durante cientos de años se hizo así, antes de que los “expertos” levantaran las barreras). Si no, comparte el dormitorio con ellos y procura no llevarles a habitaciones separadas hasta que ellos mismos lo reclamen.
  7. Evita separaciones largas y traumáticas hasta los tres años. No te consueles pensando que le dedicas a tu hijo el suficiente “tiempo de calidad”. El tiempo compartido se mide siempre en horas, minutos y segundos...
  8. Involúcrate al máximo en su educación. Procura que existan vasos comunicantes entre lo que aprende dentro y fuera de casa. Su “escuela” es la vida misma.
  9. Usa la “disciplina” positiva: predica con el ejemplo y recuerda que las mejores lecciones se aprenden con afecto.
  10. Respeta la individualidad de tus hijos. Ponte siempre que puedas en su piel y permite que encuentre su camino poco a poco: el “vínculo” les permitirá avanzar con mayor seguridad y ser a la larga más independientes.

Carlos Fresneda

miércoles, 22 de octubre de 2008

A su ritmo 1-2 años

“Vísteme despacio que tengo prisa” dice un refrán popular, y es que de todos es sabido que los niños necesitan tomarse su tiempo para hacer las cosas, para observar, para aprender...

A estas edades, en las que empiezan a conquistar su propia autonomía, es cuando más se nota que ellos llevan su propio ritmo para todo: para desayunar (y si encima está aprendiendo a usar los cubiertos pueden pasar horas!), para ir a hacer algún recado (porque ahora le gusta caminar y se va parando en cada pequeña hormiga, hojita o papelito del suelo), para pasar de una actividad a otra… y cuanto más rápido queremos ir nosotros es peor, porque precisamente en la etapa del “no” por excelencia pocas veces conseguiremos que se hagan las cosas a tiempo (y no es extraño que nos llevemos también algún que otro berrinche de regalo).

Pero ¿por qué son nuestros pequeños tan lentos para todo? ¿Por qué tardan tanto en aprender algunas cosas?

En realidad, a nuestros hijos no les pasa nada: ¡nos pasa a nosotros, adultos estresados y acostumbrados a hacerlo todo con el reloj en la mano!

Si nos paramos a pensar, nos daremos cuenta de que toda nuestra sociedad está construida en base a la velocidad y los logros. Nuestra eficacia personal se mide en términos de velocidad: cuánto tiempo tardamos en conseguir lo que queremos, en llegar al trabajo desde casa, en recuperarnos de un trauma afectivo, en hacer nuestras tareas… ¡prisas, prisas, prisas para todo!
Los papás, sin darnos cuenta, trasladamos a nuestros hijos estos esquemas y esperamos de ellos que funcionen igual que nosotros: queremos que jueguen de tal manera y en determinado tiempo (jamás el juego de los niños estuvo tan dirigido como ahora), que aprendan determinadas destrezas y cuanto antes mejor (solo hay que escuchar una conversación al azar en el parque para ver cómo madres y padres compiten y enumeran las adquisiciones tempranas de sus hijos: “el mío empezó a caminar con diez meses” “pues el mío ya se sabe veinte animales”), que duerman solos y del tirón cuanto antes (aunque no estén preparados), que se coman un bistec de mastodonte en un tiempo record o que modulen sus emociones al más puro estilo zen.

Lo que crea problemas no es la lentitud de los niños, sino el desajuste entre sus ritmos y los nuestros, sus necesidades y las nuestras.

Está claro que no podemos vivir aislados del reloj: los horarios son importantes porque nos ayudan a estructurar nuestra actividad diaria y a los niños les ayuda a ir generando una estructura interna con pautas claras.

Y tampoco podemos vivir sin incentivar a nuestros hijos para que optimicen todo su potencial, preparándoles así para el competitivo mundo que nos ha tocado (y les ha tocado) vivir. En cualquier caso, tenemos toda una vida para ello.

Pero ¿cómo conseguir que el día a día no sea una lucha diaria entre ellos (nuestras pequeñas tortuguitas) y nosotros (las rápidas liebres)?

Lentos para todoHay que reconocer que la paciencia paterna llega a su máximo esplendor en esta etapa en la que los niños se lo toman todo con una parsimonia que altera a cualquiera. Pero lo cierto es que a quitarse el pijama o a comerse una tortilla con tenedor no se aprende de un día para otro, sino que se aprende ensayando, descansando, pensando en otras cosas, intentándolo de nuevo… Hacer las cosas por uno mismo lleva tiempo. Y seguir las rutinas diarias da pereza (y más aún cuando, después de todo lo que ha tardado en meterse en la bañera, ¡queremos obligarle a salir a los pocos minutos porque se enfría la cena!).

Es cierto, ellos son lentos. Pero fijémonos en nosotros y nuestros objetivos: nos pasamos el día achuchándoles para que lo hagan todo rápido, rápido.. y al final conseguimos lo contrario y pasan los meses y nada cambia (seguimos tardando una hora en convencerle para que se ponga el dichoso abrigo). ¿Y por qué? Pues muy sencillo: si cada vez que nuestros hijos emprenden un hábito diario por sí mismos (por ejemplo, lavarse los dientes) nosotros les agobiamos para que terminen cuanto antes (“venga acaba ya que no llegamos” “vamos cariño que no llegamos” “por favor termina eso que hay que hacer lo otro”) , lo que estamos enseñándoles es a hacer las cosas rápido, no a hacerlas bien. Si les damos un poco de margen y les dejamos ir a su ritmo durante un tiempo, lo más probable es que sean ellos solos los que estén deseando pasar a otra cosa rápidamente una vez dominado el tema (incluso puede que hasta estén deseando mostrarnos lo bien y lo rápido que son capaces de meter los calcetines en la lavadora ellos solitos).

Puede que tarden más tiempo del previsto en hacer las cosas como a nosotros nos gustaría. Incluso puede que lo que a nosotros nos gustaría fuera que no quisieran hacer tantas cosas solos (con lo cómodo que era la teta y ahora se empeña en comer él solito sus cereales con cuchara!!)… pero la realidad es que a esta edad están deseando hacer las cosas por ellos mismos, que hay que permitírselo por su propio bien (excepto aquellas que sean peligrosas) y que no van a aprender más rápido por el hecho de achucharles, sino que van a tardar lo mismo (hagan la prueba).
Así que una buena estrategia es cambiar el “vamos, que hay prisa” por el elogio más sincero a sus esfuerzos .

Lo único que tenemos que hacer nosotros es ser lo más flexibles que podamos con nuestro propio tiempo y nuestros planes; y además tener siempre en cuenta que lo que importa es el proceso, no el resultado. ¿Por qué agobiarnos porque no vamos a llegar al parque porque el pequeño se va parando en todos los escaparates? ¿Acaso es tan importante llegar? Si al pequeño le gusta más mirar escaparates, será porque le parecen más divertidos que el parque (donde además mamá espera que socialice- es decir que comparta sus juguetes- con lo poco que le gusta!).

Y hablando de paseos ¡hay que ver lo que nos gusta a los padres recorrer las calles con el niño de mano a salto de mata! Con sus cortas piernecitas es imposible que un pequeño de dos años pueda llevar nuestra velocidad porque no solo es capaz de alcanzar nuestra zancada, es que se cansa el doble porque es como si hiciera el doble de recorrido (observemos cuántos pasos da un niño por cada paso de un adulto). De ahí que a mitad de recorrido el noventa por ciento de los niños menores de dos años pidan que les cojamos en brazos o (si tienen destreza con su lenguaje) que vayamos más despacio.. y aún les miramos extrañados.

En cuanto a las rutinas diarias y demás peticiones paternas (desde tomarse un zumo en la merienda hasta ir aprendiendo a recoger sus juguete, pasando por dejar lo que estaba haciendo para echarse la siesta) de lo que se trata, en líneas generales, es de reducir el número de pasos para llegar al objetivo, no pedirle al niño acciones muy complicadas (porque encontrará mil distracciones en el camino) y, por supuesto, armarnos de paciencia.

Respetar sus ritmos de aprendizaje

Las teorías que hablan de la estimulación temprana han hecho mucho bien a la sociedad y concretamente a aquellos niños de estratos sociales más desfavorecidos y que recibían una estimulación mínima. Gracias a ellas, padres, madres y profesionales nos concienciamos en su día de la importancia que tiene estimular a nuestros pequeños para que desarrollen todo su potencial. Pero desgraciadamente, la estimulación temprana se ha convertido en una moda mal entendida y que viene a ser, en parte, la culpable de que algunos niños anden tan estresados intentado memorizar tarjetas, visualizar películas educativas desde que son tiernos bebés, responder correctamente a determinadas preguntas y otras tantas actividades destinadas a estimular su inteligencia y que aplicadas todas a la vez y sistemáticamente no hacen más que saturar al niño con demasiada información que no siempre está preparado para digerir.

El error no está en estimular (que está muy bien ), sino en centrarse solamente en los logros, cuantos más mejor, cuanto más pequeños mejor y en el menor tiempo posible.

No hace falta que aprendan rápido. El nacimiento de la inteligencia es fascinante y presenciar cómo evolucionan el pensamiento y las emociones de un niño de un año es todo un lujo… pero esto es un milagro que sucede poco a poco, día a día, a base de muchos fracasos, perseverancia y por supuesto amor paterno.

La mejor estimulación es la que se adapta al niño y no al revés.. y no hay herramienta más adaptada al niño que el juego libre. Es decir que si lo que queremos es respetar sus ritmos de aprendizaje, no hay nada más fácil que dejar que sea el propio niño quien marque la pauta, el ritmo y el ámbito de sus intereses, en vez de imponerle siempre desde fuera nuestros criterios y tiempos con el fin de generar unos logros determinados (“voy a comprarle este juego de torres para que aprenda a calcular espacios” “estamos leyendo un cuento para aprender los colores” “vamos a poner esta canción para aprender a contar”).

Si tenemos paciencia y les dejamos hacer, observaremos cómo nuestros hijos descubren (casi sin ayuda) que hay otros “yoes” en el mundo además de él, que se pueden subir y bajar escaleras sin caerse, que los números van uno detrás del otro, que los colores tienen nombres diferentes, que lo que uno hizo ayer puede ser recordado hoy… y así hasta completar una larga lista de conocimientos y habilidades que se van adquiriendo entre el primer y el segundo cumpleaños con muy poquita ayuda por nuestra parte (basta con dejar a su alcance los juguetes y profundizar juntos en aquello que vemos que le interesa): sería una pena perdernos estos procesos (o bloquearlos con otros aprendizajes que corresponden a otras edades) por estar solo centrados en los logros o por querer que las cosas sucedan antes de tiempo.

Las emociones maduran despacio.

Los padres ayudamos a los niños a regular sus emociones desde el momento del nacimiento y uno de los errores más comunes y paradójicamente más adaptativos durante los primeros meses es que les tratamos como si fueran mayores de lo que son. Cuando un bebé balbucea (quizá sin una finalidad concreta) ahí hay un papá o una mamá atentos a interpretar un mensaje de lo más elaborado (“quiere que le acerques ese osito” “no, que va, lo que quiere es agua” “te equivocas, me ha parecido entender que llamaba al gato”). Por eso todos los bebés nos parecen listísimos (“¡qué espabilao está este niño!”), porque mezclamos su inteligencia real (que no es poca, ojo) con nuestras adultas atribuciones. Y por eso los bebés se van haciendo listísimos.. porque nuestras interpretaciones y reacciones van configurando su mundo, sus relaciones y sus emociones.
Pero curiosamente (¿quizá porque a lo largo de este año dejan de ser bebés regordetes para pasar a asemejarse más a niños hechos y derechos?), cuando llegan a esta edad cambiamos nuestras benévolas interpretaciones por otras más retorcidas (“si cedes estás perdido” “te está chantajeando” “no dejes que te gane la partida” “hay que educarle” ) y empezamos a exigir. Les exigimos un control de sus emociones más maduro, que no se encaprichen, que sepan lo que quieren, que no tengan berrinches y que muestren gestos tan elaborados como compartir, pensar en los demás, ser prudentes, contenidos…. Y encima lo queremos para ayer.

Nos olvidamos de que, sin querer, seguimos atribuyendo nuestras expectativas y creencias a nuestros hijos. Y esas expectativas y creencias pueden estar equivocadas: de hecho, lo están si pretendemos que un niño de un año y medio funcione como uno de diez.

A estas edades, la clave de una afectividad sana no está en el control temprano de las emociones sino en la comunicación familiar y el respeto mutuo. Por eso es importante recordar que siguen siendo bebés , y que nuestras demandas deberían ser hechas teniendo en cuenta su grado de desarrollo actual (no podemos pedirle que sepa cómo calmarse en un berrinche, por ejemplo, ni que decida en dos minutos si quiere fruta o yogur).

Descubrir el mundo junto a nuestros hijos, despreocupadamente y sin prisas, nos puede dar más satisfacciones de las que pensábamos. De hecho, nuestros hijos, con su ausencia de horarios y su genuina forma de actuar, pueden ser esa isla que todos los adultos buscamos, nuestro paraíso perdido.

Texto: http://atraviesaelespejo.blogspot.com/2008/06/su-ritmo-1-2-aos.html
Violeta Alcocer para Ser Padres Hoy (copyright)

martes, 21 de octubre de 2008

Los sanitarios tienen mucho que hacer en la promoción de la lactancia


MADRID.- La revisión de 25 estudios ha permitido a un grupo de expertos estadounidenses establecer el valor que los programas de atención primaria antes, durante y después del embarazo tienen para promocionar la lactancia. El objetivo de las autoridades de Estados Unidos es aumentar el porcentaje de madres que amamantan a sus hijos, así como la duración y la exclusividad de este tipo de alimentación.


Numerosas investigaciones han demostrado los beneficios que dar el pecho tiene para la mujer y su hijo. Las madres tienen, a la larga, menos riesgo de cáncer de ovario y de mama, además de una mayor facilidad para perder los kilos ganados durante la gestación. Los recién nacidos padecen menos infecciones respiratorias y gastrointestinales y tienen una tasa más baja de diabetes tipo 2 y obesidad. En los países en vías de desarrollo, además, mejora la supervivencia infantil y es una buena ayuda para el control de la natalidad.


Tras el advenimiento de las primeras leches en polvo sustitutas de la materna, allá por 1860, la tasa de amamantamiento ha ido cayendo paulatinamente en medio mundo. A mediados de los 70 del siglo pasado varios países se percataron de los daños que provocaba la 'cultura del biberón' y decidieron tomar cartas en el asunto. Hoy en día, la mayor potencia mundial ha logrado situar el porcentaje de madres que dan el pecho en un 73% y está muy cerca de alcanzar su objetivo para 2010 de llegar hasta el 75%. La asignatura pendiente es lograr que la lactancia se mantenga más allá de los seis meses y que sea exclusiva en la medida de lo posible.


El Grupo Especial de Servicios Preventivos de EEUU, una comisión independiente de expertos en atención primaria, ha tenido mucho que ver en el renacimiento de la lactancia natural a través de sus recomendaciones. Ahora, en las páginas de la revista 'Annals of Internal Medicine', publican la revisión de estas guías, basándose en el análisis de 25 ensayos realizados en este y otros países.


La conclusión es clara: "Repartir panfletos entre las gestantes o decirles simplemente que den el pecho no es suficiente", ha señalado Ned Calonge, presidente del grupo. "Las intervenciones multifacéticas para promover la lactancia funcionan". Las más efectivas para aumentar la duración del periodo de amamantamiento, a tenor de lo estudiado, son aquellas que funcionan en la fase pre y posnatal. La promoción en los servicios de atención primaria mejoró notablemente la tasa de madres que se iniciaban y continuaban dando el pecho a sus vástagos, según apunta el trabajo, comparado con los cuidados ordinarios que reciben las embarazadas.


Educar a las madres y sus familias acerca de sus beneficios, ofrecer apoyo directo durante el amamantamiento de los niños y educar y entrenar a los profesionales sanitarios en estas cuestiones son algunas de las cosas que ayudan y alientan a las mujeres a dar el pecho a sus hijos. La única pega que los expertos ven a estos programas es que eventualmente una madre sienta que ha decepcionado a su pequeño por no poder darle el pecho, con las consecuencias psicológicas que pueda esto acarrear. No obstante, coinciden en que es posible promoverla sin crear este sentimiento de culpa.


lunes, 6 de octubre de 2008

Lanzamiento revista

Hoy quiero compartir con vosotros el lanzamiento de la revista que han creado mis compañeras de la Asociacion Criar con el Corazón. Asi que ya sabeis, echarle un ojo.

Un besito a todos

Ruth

viernes, 3 de octubre de 2008

Las princesas tambien paren en casa

29 SEPTIEMBRE 2008

La hija de los Reyes de Noruega dio a luz esta misma mañana a su tercera hija, Emma Tallulah , en su casa de Lommedalen, al Oeste de Oslo.



La princesa Marta Luisa decidió repetir la experiencia que tuvo con Leah, su segunda hija –vino al mundo, también, en su domicilio, con la ayuda de su equipo médico-, a pesar de que el alumbramiento no estuvo exento de críticas.



La hija del rey Harald no quiso entrar entonces en ninguna controversia "político-sanitaria" y aseguró que si tuvo a su segunda hija en el hogar fue porque lo consideró "más natural".



No será Princesa

Emma Tallulah, quinta nieta de los Reyes de Noruega, vino al mundo sin complicaciones a las 12.53 horas de esta misma mañana y, al igual que su madre, se encuentra bien. La pequeña mide 53 centímetros y pesa 3.700 gramos.




Las explicaciones sobre el por qué de su nombre llegarán, probablemente, con las primeras imágenes. Fotografías que realizará su padre, el escritor Ari Benh.



Emma no recibirá el título de Princesa, aunque sí será tratada, al igual que sus dos hermanas, Maud y Leah, como Alteza Real, según el acuerdo que llegó Marta Luisa con sus padres, los Reyes de Noruega.



Fuente: http://www.hola.com/casasreales/2008/09/29/martaluisa-treshija/

Esta claro que estas cosas solo pasan en paises como noruega... Para contraste nuestra querida princesita con 2 "inne-cesareas"